El coro de la iglesia de San Miguel fue concebido como una especie de sala de espera, una antesala a la puerta de los cielos, un espacio de resurrección aquí y ahora. En la fila inferior de la pared se observan las imágenes de los doce apóstoles, como testigos de la resurrección de Jesús; en la parte superior se ubican otros santos. En el estuco del techo se puede apreciar a un grupo de figuras no aladas, símbolos de la persona redimida. Sorprende, por otro lado, la presencia de una sillería en el coro de un templo jesuítico.
En el arco que separa al coro de la nave central se encuentran las figuras de los cuatro doctores de la Iglesia occidental: San Agustín y San Jerónimo a la izquierda, San Ambrosio y San Gregorio Magno a la derecha.
Luego de las reformas litúrgicas emprendidas por el Concilio Vaticano II (1962-65) se introdujo, debajo del arco, un altar para la celebración de la misa con el pueblo. El altar evoca la invitación que Jesús hace a los suyos a la cena común en la que él mismo se da. El relieve de bronce ilustra la escena de la resurrección de la hija de Jairo, cuyo mensaje indica que la fe en Jesús conduce al ser humano nuevamente a la vida.
